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domingo, 24 de octubre de 2010

Critica de Misty Circus 2


"Un día nos veremos
al otro lado de la sombra del sueño.
Vendrán a ti mis ojos y mis manos
y estarás y estaremos
como si siempre hubiéramos estado
al otro lado de la sombra del sueño
".
José Ángel Valente
Canción para franquear la sombra
La magia de la compasión

El segundo volumen de la sextalogía de Misty Circus ha salido a la luz, y como casi siempre ocurre con las obras cuidadas hasta el último detalle, se ha hecho esperar. Los lectores están sin duda ante la producción más cuidada hasta la fecha de Victoria Francés, tanto en el fondo como en la forma.

La autora ha profundizado en esta segunda entrega de las aventuras de Sasha Poupon y su fiel acompañante Josh le Chat en los perdidos orígenes de las tradiciones paganas, la noche de Samhain, palabra que significa literalmente “El final del verano” y con la que se honraba en la cultura celta la llegada de la oscuridad a la naturaleza, siendo una alegoría de la proximidad del mundo de los muertos con el de los vivos, la noche de las brujas por antonomasia, de la que toma título este segundo episodio.

Es en la época oscura y medieval, motivo eternamente romántico el del retorno, en un perdido y otoñal bosque rodeado de aquelarres donde Victoria Francés encuadra el argumento de esta continuación, y retoma el leitmotiv de la comprensión con aquellos que se encuentran aislados y al margen, lo que hace, a mi juicio, tomar una responsabilidad como autora muy arriesgada y provocativa para los tiempos que corren, en los que todo vale, dar ejemplo con sus historias de que el mundo puede ser de otra manera si así lo queremos. En la poética clásica horaciana se llamaba a esto docere et delectare (enseñar y deleitar), y creo que la poética, la manera de hacer, de Victoria Francés se dirige bajo estos preceptos de una forma consciente, apostando por la comprensión de aquellos que parecen no tener lugar en el mundo, por la belleza de lo extraño y por la ausencia de culpa que hay en todo niño y en todo hombre por sus defectos físicos.


El estilo de las ilustraciones es continuista, en el buen sentido de la palabra, y permite dar a la obra un sentido de conjunto no poco difícil de conseguir, pues se puede afirmar que la autora ha encontrado una forma propia en la que decirse, una voz a través de sus trazos y la profundización en los detalles, ninguna de las páginas o de los dibujos parece desencajar en el total de la obra, es más, se ha incidido en remarcar cada encuadre, cada marco, cada detalle, dejando al lector la sensación de que se está ante un mundo verosímil para su imaginación.

Las palabras están empezando a tomar también un papel y un peso relevante dentro de la obra, se tiene la sensación de estar más ante un cuento ilustrado, que ante una narración a través de las imágenes. Quizás sea propiciado por la sensación de seguridad a la hora de ilustrar, en mi opinión creo que la autora es ya consciente de su propia técnica de dibujo y quiere profundizar en dar un sentido verdaderamente narrativo a sus ilustraciones, si bien adolece todavía de recargar en exceso su lenguaje con palabras en desuso o demasiado enrevesadas, es un intento loable de evolución en su obra, que llevamos advirtiendo desde “El Corazón de Arlene”.

La incursión del personaje de Chloë Pumpkin en la obra, da lugar a uno de los momentos más memorables de toda la producción de Victoria Francés, en cuanto a sensibilidad y clímax narrativo. Reservo a los lectores el placer de desvelarlo por sí mismos en un monólogo que dirige la joven a Sasha. Chloë, nombre que en su origen significa hierba verde y se utiliza desde la retórica clásica para designar a caracteres femeninos jóvenes y en relación con la naturaleza, y Pumpkin, calabaza, detalle que la entronca con la noche de Samhain, es una muchacha ciega que abandonaron sus padres y creció bajo la protección y la instrucción de las brujas, y quizás sea el Doppelgänger necesario junto a Sasha en la trama, la parte femenina, toda intuición y premonición, el defecto hecho virtud. Pues aunque es ciega, es capaz de prever el futuro con su bola de cristal y lleva toda la vida esperando a que la encuentre un amigo. Como detalle puede anotarse que es un halo de color verde lo que identifica a Chloë durante el libro, por lo que puede comprobarse una vez más que la autora elige cada nombre con que bautiza a sus personajes de una forma voluntaria, lo que se llama en filología “nombres parlantes”, y lo cual es un detalle del mimo y la reflexión con los que la artista se plantea su obra a la hora de llevarla a cabo.

De esta continuación de Misty Circus me quedo con dos momentos que creo que no podré sacar de mi imaginario durante algún tiempo, una es la impresionante lámina de las cuatro brujas volando con una enorme luna de fondo y ese extraño gris-marrón de nube tan característico del libro, y el otro es el momento en el que Chloë necesita despedirse con agradecimiento del lugar que significó su único aunque doloroso refugio, al aceptar la amistad de Sasha y emprender un nuevo camino y dice: “La luz de las estrellas será mi último recuerdo de este lugar”. Yo me pregunto cómo debe de ser la luz de las estrellas en el interior de una niña ciega en la noche de Samhein.

Eso es lo más increíble de la obra de Victoria Francés, la búsqueda de luz en la oscuridad más profunda. El recuerdo de la luz de las estrellas en alguien que no puede ver, la magia de empujar a quien lea sus obras a ser más compasivo con los defectos de los demás, a creer que todavía hay gente que podamos ser amigos de todos los Sasha, las Chloë que siempre nos esperan y los asustadizos Josh le Chat o del pequeño murciélago sin nombre conocido todavía, que cuelga asustado de una rama en la última lámina…

La autora nos insta a asomarnos de manera simbólica con Misty Circus a todo ese mundo al margen en el que tienen cabida los defectos, lo diferente, lo apartado y denostado, lo sufrido, lo solitario, entregándole el papel central en su obra, el protagonismo. El derecho que todo el mundo tiene a la búsqueda de consuelo y comprensión, ya no se trata únicamente de impresionar con las imágenes o de demostrar una capacidad técnica para el dibujo -eso queda fuera de toda duda en Victoria Francés- no, se trata de hallar una respuesta a todo ese sufrimiento interior del que se queda solo, se trata de romper el silencio de muchos años soportando insultos, se trata de encontrar un refugio a través de la creación de un mundo propio, y qué mejor símbolo que un circo, donde todo lo extraño, lo mágico y lo imposible tiene su lugar.

Precioso.


Fernando José Palacios León

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